
Bastón en mano, se desplaza a lo largo del ruedo, se apoya en él, parece cansado, herido, viejo; espejismo, comienza a blandirlo al aire, enarbola a la legión de seguidores, les infunde una energía desbordante y les dirige a modo de profesor francés de ballet clásico golpeando el suelo, un, deux, trois...
La faena ha comenzado. Suenan los primeros acordes, que nos trasladan a su primera época creativa, comienzan a sobrevolarnos aviones plateados. Primera muestra de valor al mezclarse entre la enfervorizada afición, no precisa de subalternos, todos le respetan, una palmada en la espalda, un abrazo, una foto a 20 cm, nadie le molesta. El ruedo se llena de agasajos lanzados desde el tendido, amablemente los muestra a la vez que riega nuestros oídos con sinceros cumplidos a la ciudad en la que tantas veces triunfara, a la afición que tanto le venera.
La faena y el repertorio continúan, y entre suertes, lanza consignas reivindicativas, palabras sencillas y sinceras para tiempos difíciles que la afición recoge y devuelve con sonoros aplausos. La puntilla, Insurrección. El intercambio de muestras de admiración es constante. Los temas se suceden, acompañados por un perfecto juego de luces y sombras Manolo ha creado una atmosfera mágica, una perfecta sinergia con la afición puesta en pie desde el primer minuto.
Dos horas y media después, parece más enérgico aun sin descanso, no ha habido avisos, todo lo contrario, el respetable implora la presencia del maestro y este, nos obsequia con dos largos bises.
Tras despachar treinta temas se abre la puerta grande. Sale a hombros luciendo triunfos como anticipamos que sucedería.
Y a la despedida !! Suerte y salud para todos !!, para usted el primero maestro, en estos tiempos hace falta más que nunca gente así, esta es su casa, ya le estamos esperando.