Todos alguna vez quisimos danzar locos al son de los tambores, o saltar sobre la hoguera para dejar atrás el maleficio. Y que hubiera cerca alguien con una libreta para levantar acta de nuestros modos primitivos. Todos alguna vez quisimos cambiar el mundo con una palabra, con dos, con tres, con un poema, con una canción, y que estuviera cerca aquel tipo discreto que escribe lo que pasa, y luego lo musica creando expectación.
Todos alguna vez hubiéramos matado por morir con un escribiente al lado loando lo vivido, que dé fe de cómo nuestro cuerpo embalsamado es introducido en la tumba que mandamos construir en pleno delirio. Qué sería de nuestras vidas, reyes y plebeyos, mortales y divinos, pobres o banqueros, si no pasara alguien por allí que supiera garabatear en un papel las cosas que nos pasan, las que soñamos que nos pasan, las que quisiéramos que nunca nos hubieran pasado. Para luego cantarlas.
Manolo va por ahí con la libreta. No la enseña; ¡aah!, dice que trae mala suerte. Y en ella va cosiendo retales de lo que pasa a su alrededor. De esto hace ya tantos años que el Teatro de la Axerquía, donde actuó el viernes, era tan viejo como romano, y en el escenario él y Quimi nos rociaron con plumas en una bacanal fin de concierto que pasó a la historia. De vuelta, García sabe de sobra que aquí tiene público, calor, aplausos y cariño seguros, por eso eligió Córdoba para realizar la grabación para televisión de un concierto que pasó, como en un juego de manos, de ser una actuación a convertirse en la apoteosis.
Los fieles entusiastas del tío cabal volvieron a liarla cuando el currante de la libreta y el micro se adueñó por completo de sus voluntades y les arrastró al éxtasis. Tan humano como le dejan y tan divino como cada uno quiera verle, García recorría el escenario como un salvaje, una bestia anhelando las trasfusiones de vida que recibe en noches como esta. Había comenzado con un recuerdo de hace casi 30 años, Disneylandia, al que siguieron alrededor del mismo número de canciones por entre las que el ya conocido compromiso del García se vino arriba en un puñado de veces, cuando expresó sin tibiezas su desazón por los tiempos que corren, su rabia por las desigualdades que nos rodean y clamó por la solidaridad y la justicia social, lenguaje que no es nuevo en sus conciertos ya que el discurso ecológico, humanitario y reivindicativo es vieja moneda en todos sus discos y giras.
García nos arrastró, hizo su trabajo como un técnico cualificado, un currante del escenario, operario leal de la maquinaria de hacer y entonar canciones. Solo le faltaba el mono para ser el obrero fetén y productivo que rezuma por los poros. Inagotable, empapado en sudor, chapoteando en las primeras filas, con una banda limpia, hacendosa e inteligente, indagó en nuestra memoria para hacernos sonreír reconociendo viejos temas que supieron a gloria, mientras colaba los nuevos levantando iguales pasiones, en un remolino con el que esparció los aforismos de cosecha propia tan característicos en él, odas al amor, al destino, al adiós, a los días que van pasando…, ya saben, ese animalario procedente de la libreta de aquel tipo discreto que escribe lo que pasa, y luego lo musica creando expectación, que rebasa los límites de la imaginación y las simplezas del poemario.